Somewhere only we know

Un relámpago cruzó el cielo.

El chico se puso sus pantalones grises y su camiseta nueva, cogió la correa de la perra y se dirigió a la calle, con el pelo enredado con el viento, y la cabeza enredada con pensamientos de todo tipo. Su futuro, el libro que estaba leyendo, la idea del chico perfecto, e incluso un par de fantasiosas conjeturas sobre mundos mágicos y paralelos.

El viento levantaba arenilla y multitud de hojas que se arremolinaba alrededor del sonido de sus pasos, y alrededor de su mascota y amiga.

El olor que precedía a la lluvia, y los relámpagos que surcaban las nubes en esta tormenta veraniega, junto al enredo de pensamientos que había en su cabeza formaban la fórmula perfecta para lo que él llamaba un día de pensar. Sus días de pensar consistían en sentarse en uno de sus lugares preferidos del cutre barrio en el que vivía a ver el cielo encenderse mientras pensaba.

Recorriendo los diez minutos que separaban su casa de aquel lugar se mezclaban en su cabeza una horrible canción que había escuchado, pero que no podía olvidar y sus planes de futuro, e incluso de presente. El camino solo se veía interrumpido por las momentáneas paradas de su perra para hacer sus necesidades, ya que, a pesar de que fuese un día de pensar, seguía siendo hora del paseo para ella.

A medida que subía la cuesta que le llevaba a ese rincón especial pensaba en la gente nueva que había conocido, y en los viejos amigos con los que últimamente las cosas parecían atascadas, ya fuese por motivos materiales o por causas que escapaban a su conocimiento.

-Relaciones, que cosas más complicadas...- murmuraba para sí mismo mientras pasaba por encima de los restos de botellas y comida que algunos jóvenes habrían dejado esa misma tarde, cuando brillaba el sol, y eso era un parque, y no un rincón especial. -Vosotros sois muchos más cariñosos sin pedir nada a cambio- le decía a su acompañante, la cual le devolvía una mirada que, de haber sido humana, habría sido una mezcla de comprensión y asentimiento.

Al cruzar el arbusto en el que su mascota había parado para, una vez más, marcar su territorio, el chico encontró ese sitio que tanto le gustaba. Detrás de la pared de un colegio, desierto en esta época se extendía una explanada de hierbajos y matojos con un camino de arena de por medio que daba a la zona más adinerada de su ciudad. Justo al lado de la pared del colegio, había una bajada de arena, con escalones tallados por la gente que había pasado por ahí cada día durante años, o, quién sabe, puede que incluso décadas.

A la luz de otra descarga el chico se sentó en uno de esos escalones, mirando el espectáculo de luces que el cielo ofrecía, pensando en que había llegado a una etapa de su vida en la que él debería tomar decisiones nuevas y ser de una forma distinta. Era mayor de edad, lo que suponía responsabilidades. Responsabilidad, esa palabra que tanto le aterraba. Pensaba en el último esfuerzo del instituto antes de pasar a la época universitaria, pensaba en buscar un trabajo con el que permitirse los caprichos que su luchadora madre no podía proporcionarle por la situación en la que se encontraban. Pensaba en sus relaciones personales, que habían tomado un rumbo claro hacía a penas un año, y pensaba en las amistades borrosas que en ese momento parecían tan distantes, y en las nuevas que había enlazado gracias a algo tan inquietante como internet.

Todos estos pensamientos se vieron interrumpidos por una ráfaga de aire que recorría el pasillo que formaban la pared del patio del colegio y los matojos que se encontraban al lado. Una ráfaga que levantaba arenilla, que parecía que tenía como objetivo entrar en sus ojos, haciéndolos lloros. Pero ¿Era culpa solo de la arenilla? Él prefería pensar que así era.

Pasó unos minutos más ahí sentado, abrazado a su perra antes de que este le levantase el brazo con el morro, y le arañase el costado con la pata en busca de atención, mientras tiraba de la correa en la dirección opuesta a la que estaba.

-¿Qué te pasa? ¿No te gusta estar aquí, o es que te asusta la tormenta?- El chico miraba a su amiga como cuando miras a un amigo al que quieres picar para enrabietarle. -Vale, vale, ya nos vamos- añadía mientras su amiga le tiraba más y más para que abandonasen su rincón.

Estaba tan inmerso en sus pensamientos que ni siquiera se había dado cuenta de que había empezado a llover, ni lo habría hecho de no ser por el olor a perro mojado que emanaba el ser al que estaba abrazado.

-Te hace falta un baño- le decía mientras se levantaba de los escalones de tierra -y que conste que me voy por ti, que por mí me quedaba otro rato.

Y junto a sus compañera canina, el chico abandonó ese lugar, esperando otro día de tormenta eléctrica en el que volver a pensar de sus cosas, de sus problemas y de sus propios pensamientos. Puede que solo, para que no le molestase nadie, aunque cuando lo pensaba mejor, le encantaba la compañía que Sira le aportaba en aquel lugar especial, que tanto significado tenía para ellos dos.